ES NECESARIO REZAR CON ATENCION
No basta, para rezar bien,
expresar nuestra súplica con la más hermosa de las oraciones que es el Rosario,
sino que es preciso hacerlo con gran atención, porque Dios oye la voz del corazón
más bien que la de la boca. Orar con
distracciones voluntarias seria gran irreverencia, que haría nuestros rosarios infructuosos y
nos llenaría de pecados. ¿Cómo osaremos pedir a Dios que nos oiga, si no nos
oímos nosotros mismos y si mientras suplicamos a esta augusta Majestad, ante
quien todo tiembla, nos distraemos voluntariamente corriendo tras de una
mariposa? Es alejar de sí la bendición de
este gran Señor, convirtiéndola en la maldición lanzada contra los que hacen la
obra de Dios con negligencia: Maledictus
qui facit opus Dei Fraudulenter (1er 48,10). Ciertamente que no podéis
rezar el Rosario sin tener alguna distracción involuntaria, y aun es difícil decir
un Avemaría sin que la imaginación, siempre inquieta, os quite algo de vuestra atención;
pero sí podéis rezar sin distracciones voluntarias, y para disminuirlas y fijar
la atención deben ponerse todos los medios.
A tal efecto, poneos en la Presencia de Dios, creed que Dios y su Santísima
Madre os miran, que el ángel bueno, a vuestra diestra, recoge vuestras avemarías, como otras tantas rosas, si son bien rezadas,
para hacer una corona a Jesús y María, y que por el contrario, el demonio está
a vuestra izquierda y merodea alrededor para devorar vuestras avemarías y
anotarlas en su libro de muerte, cuando no son dichas con atención, devoción y
modestia. Sobre todo, no dejéis de
ofrecer los decenarios en honor de los misterios y de representaros en la imaginación
a Nuestro Señor y a su Santísima Madre en el misterio que consideráis.
Se lee en la vida del Beato
Hermann, de la Orden de los Premonstratenses, que cuando rezaba el Rosario con atención
y devoción, meditando sus misterios, se le aparecía la Santísima Virgen
radiante de luz, de hermosura y de majestad.
Pero habiéndose después enfriado su devoción. Rezaba el Rosario a la
fuerza y sin atención, apareciéndosele entonces con el semblante alterado,
triste y severo. Como Hermann se
sorprendiera de tal cambio, díjole la Santísima Virgen: Me presento a tus ojos como
estoy en tu alma, pues tú me tratas solamente como una persona vil y
despreciable. ¿Qué fue de aquellos
tiempos en que me saludabas con respeto y atención, meditando mis misterios y
admirando mis grandezas?