De cómo debe rezarse el Rosario
ROSA XLI
Pureza del Alma
No es la duración, sino el
fervor de nuestras oraciones, lo que agrada a Dios y le gana el corazón. Una sola Avemaría bien dicha tiene más mérito
que ciento cincuenta mal dichas. Casi
todos los católicos rezan el Rosario, al menos una parte o algunas decenas de avemarías.
¿Por qué, pues, hay tan pocos que se enmienden de sus pecados y adelanten en la
virtud sino porque no rezan las oraciones como es debido? Veamos, pues el modo
de rezar para agradar a Dios y hacernos santos.
1.
Es preciso que la persona que reza el santo Rosario se halle en estado
de gracia o, almenos, resuelta a salir del pecado, pues la teología nos enseña
que las oraciones y buenas obras hechas en pecado mortal son obras muertas que
no pueden ser agradables a Dios ni merecer la vida eterna. En este sentido está escrito: Non est speciosa laus in ore peccatoris
(Eccli. 15,9)
La alabanza, la
salutación angélica, ni aun la oración enseñada por Jesucristo son agradables a
Dios cuando salen de la boca de un pecador impenitente: Populus hic labiis me honorat, cor autem
eorum longe est a me (Mc. 7,6).
Esas personas que ingresan en mis cofradías, dice Jesucristo,
y rezan todos los días el Rosario o una parte de él sin contrición alguna de
sus pecados, me honran con los labios, pero su corazón está muy lejos de mí.
He dicho: O al menos con la resolución de salir del pecado:
I.ᵒ porque si fuera necesario estar en gracia de Dios para hacer oraciones que
le fuesen agradables, se seguiría que los que están en pecado mortal no
deberían rezar, a pesar de que tienen más necesidad de ello que los justos, y,
por tanto, no debería aconsejarse nunca a un pecador que rezase el Rosario ni
una parte de él, porque le sería inútil, lo cual es un error condenado por la
Iglesia;
2. Porque si con voluntad de permanecer
en el pecado y sin intención alguna de salir de él, se inscribiese en una
cofradía de la Santísima Virgen o rezase el Rosario o una parte de él u otra
oración, se haría del número de los falsos devotos de la Santísima Virgen y de
los devotos presuntuosos e impenitentes que bajo el manto de la Santísima
Virgen, con el escapulario sobre su cuerpo y el Rosario en la mano, gritan: Santísima
Virgen María, yo os saludo; y, no obstante, crucifican y desgarran cruelmente a
Jesucristo con sus pecados y caen para su desgracia desde las más santas
cofradías de la Santísima Virgen a las llamas del infierno. Aconsejamos el santo Rosario a todo el mundo:
a los justos, para perseverar y crecer en gracia de Dios, y a los pecadores,
para salir de sus pecados. Pero no
agrada ni puede agradar a Dios que exhortemos a un pecador a hacer del manto de
protección de la Santísima Virgen un manto de condenación para ocultar sus crímenes,
y cambiar el Rosario, que es el remedio de todos los males en veneno mortal y
funesto. Corruptio optimi pessima. Es necesario ser ángel de pureza, dice el
sabio Cardenal Hugo, para acercarse a la Santísima Virgen y rezar la salutación
angélica. Ella hizo que un impúdico que
rezaba, por regla general, diariamente el Rosario, pudiera ver hermosos frutos
en un vaso manchado de inmundicias; y sintiéndose él horrorizado, le dijo la
Señora: He ahí cómo me sirves: me presentas rosas bellísimas en un vaso sucio y
corrompido. Juzga si pueden resultarme agradables.
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