Friday, July 12, 2013

San Luis Maria G. De Montfort



ROSA XLII

ES NECESARIO REZAR CON ATENCION

                No basta, para rezar bien, expresar nuestra súplica con la más hermosa de las oraciones que es el Rosario, sino que es preciso hacerlo con gran atención, porque Dios oye la voz del corazón más bien que la de la boca.  Orar con distracciones voluntarias seria gran irreverencia,  que haría nuestros rosarios infructuosos y nos llenaría de pecados. ¿Cómo osaremos pedir a Dios que nos oiga, si no nos oímos nosotros mismos y si mientras suplicamos a esta augusta Majestad, ante quien todo tiembla, nos distraemos voluntariamente corriendo tras de una mariposa?  Es alejar de sí la bendición de este gran Señor, convirtiéndola en la maldición lanzada contra los que hacen la obra de Dios con negligencia: Maledictus qui facit opus Dei Fraudulenter (1er 48,10). Ciertamente que no podéis rezar el Rosario sin tener alguna distracción involuntaria, y aun es difícil decir un Avemaría sin que la imaginación, siempre inquieta, os quite algo de vuestra atención; pero sí podéis rezar sin distracciones voluntarias, y para disminuirlas y fijar la atención deben ponerse todos los medios.  A tal efecto, poneos en la Presencia de Dios, creed que Dios y su Santísima Madre os miran, que el ángel bueno, a vuestra diestra, recoge vuestras avemarías,  como otras tantas rosas, si son bien rezadas, para hacer una corona a Jesús y María, y que por el contrario, el demonio está a vuestra izquierda y merodea alrededor para devorar vuestras avemarías y anotarlas en su libro de muerte, cuando no son dichas con atención, devoción y modestia.  Sobre todo, no dejéis de ofrecer los decenarios en honor de los misterios y de representaros en la imaginación a Nuestro Señor y a su Santísima Madre en el misterio que consideráis.

                Se lee en la vida del Beato Hermann, de la Orden de los Premonstratenses, que cuando rezaba el Rosario con atención y devoción, meditando sus misterios, se le aparecía la Santísima Virgen radiante de luz, de hermosura y de majestad.  Pero habiéndose después enfriado su devoción. Rezaba el Rosario a la fuerza y sin atención, apareciéndosele entonces con el semblante alterado, triste y severo.  Como Hermann se sorprendiera de tal cambio, díjole la Santísima Virgen: Me presento a tus ojos como estoy en tu alma, pues tú me tratas solamente como una persona vil y despreciable.  ¿Qué fue de aquellos tiempos en que me saludabas con respeto y atención, meditando mis misterios y admirando mis grandezas?

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